martes, 5 de abril de 2016

Cuando los errores ya no nos persiguen.

Para Luismi, por haber leído este relato casi más veces que yo, y descubrir cada vez algún detalle nuevo. Gracias por tu tiempo y tu atención. 

La veo. Está lloviendo. La sigo.

Ella no es consciente de ello, lo sé.

Camina lentamente, ninguna sin prisa, cabizbaja y calle arriba. 

Tras ella, camino sin ocultarme, pero sin acercarme demasiado.

La calle está vacía. Lo único que se oye es la lluvia, que le da un toque triste al momento y este se acentúa con el leve cuchicheo de las gotas al chocar contra el suelo y los tejados. Ni siquiera se aprecian sus pasos, y menos aún, los míos.

La calle está vacía. Lo único que se mueve es ella al caminar. Su pelo al ritmo y compás de una suave brisa que mece las ramas de los almendros, los cuales se han despojado de sus brotes, dejando una alfombra blanca a sus pies, que parece marcar una senda a través de un bosque urbano tan conocido por ella como por mi.

Todo está tranquilo, hasta que unas risas me sobresaltan. Un grupo de jóvenes cruza la calle y entra en lo que parece un bar. Solo alcanzo a ver un reflejo de lo que pueden ser, quizá, unas luces neón que parpadean tras la ligera cortina de agua que nos rodea.

Vuelve la calma. Miro hacia delante. Ella se ha parado. La única reacción por su parte a este instante de jaleo ha sido un reflejo de pura curiosidad. Se ha girado hacia el foco del ruido, ya disuelto, y lo único allí soy yo.

Alza su rostro mojado. Mira hacia mi, pues no hay nadie más, y la devuelvo la mirada, sin atreverme a dar un paso o siquiera moverme.

Las gotas van resbalando por su cara, en la que sus suaves facciones se muestran inexpresivas. No parece importarla y poco a poco su cara va quedando empapada, al igual que su abrigo oscuro y su pelo del mismo tono.

Ella. Ahí está. Y me está viendo.

O eso pensaba hasta que parpadea, se da la vuelta y prosigue. Inexpresiva. Sin rastro de sentimiento alguno. No lo entiendo.

¿Acaso no me reconoce?¿Porqué no me acepta? No quiero causar ningún daño. Solo…

-¡Espera!- Grito.

He estado tan cerca... No puedo perder la oportunidad. Quién sabe si será la última, antes de que me olvide para siempre. Antes de que pueda hacer algo por ella.

No parece oírme, pero no me extraño. Sigue andando hacia un destino impreciso. Tan abstracto y difuso como sus pensamientos, que no puedo interpretar.

Tras dar un par de pasos, parece dudar y frena. Me lleno de esperanza por un instante, ¿habrá llegado el momento?.

Vuelvo a equivocarme con lo que mi determinación crece y se afirma. No pienso rendirme. Ella me necesita. Lo sé.

Da la impresión de que va a seguir andando, dando esos pasos tranquilos, firmes y elegantes con los que siempre ha dejado huella en su camino. En su vida. En mi.

No lo entiendo, pero no la voy a abandonar.

¿Acaso no me reconoce?¿Porqué…? No quiero causar ningún daño. Solo la quiero ayudar. Además… No lo pienso más.

Echo a correr hacia ella.

A un par de pasos freno. He de reconocer que tengo miedo.

Me decido a cogerla del brazo. Su abrigo tiene un tacto suave y mullido, pero no tanto para lo que pasa a continuación.

¿Desconcertado? Totalmente. ¿Sobrecogido? Sin duda.

Para entender esto no se si se necesita imaginación o sencillamente estar loco. Sin entrar en mucho detalle, pues no se muy bien como describirlo, su brazo se deshizo como aire entre mis dedos y un frió resplandor con su rostro y forma se giró hacia mí, a la vez que su verdadero cuerpo daba otro paso desprendiéndose de ese reflejo totalmente y avanzando como si nada ocurriese.

-No vuelvas, es lo mejor.- Dice el espectro luminoso. Es ella. O más bien su seriedad, su tristeza y miedo. Por que su cuerpo real se aleja.

-Pero… tú, es decir, ella…yo… ¿qué ocurre? Yo debería estar allí con ella.- No se ni cómo expresarme.- ¡No entiendo nada!

La lluvia no cesa.

No. –Responde tajante.- Se que quieres ayudar, pero nos haces daño. A ella y a sus sentimientos, a mí. Duele, ¿sabes?, cada vez que te recordamos y estoy con ella, duele.

Diciendo esto se pone la mano en el pecho, sobre el corazón, y sus ojos rebosan de lágrimas que se derraman uniéndose a la lluvia.

Empiezo a entender. Pero… donde ha dejado su alegría, su valentía y su pasión por mejorar las cosas. Eran con esos sentimientos, y no con los que hablo, con los que yo podría hacer algo por ella, que no volviese a caer en el mismo hoyo, que no tropezase con la misma piedra y que si algún obstáculo se repetía lo saltásemos juntos, con los sentimientos que ella hubiese aprendido de mi. Para eso estaba. Para eso la buscaba.

Y la iba a encontrar.

Corro. La busco. La lluvia me dificulta la tarea y sus negativos pensamientos me persiguen gritando que ella no me quiere arrastrar más, que peso demasiado y que debo quedar en el pasado.

Al fin. Acurrucada y perdida, así la veo en un banco. Me siento a su lado, pero no se muy bien que hacer. La noto apagada, fría. No es la chica que yo conocía, y tengo que hacer que vuelva. Le falto yo, lo sé. Soy parte de ella.

Alza la vista. Una mirada vacía me mira como quién ve a su perseguidor. Así me ve ella.

Esos sentimientos tan perniciosos que formaban el resplandor me miran por última vez y en mi mente resuena un ¡vete! Y entran en ella de la misma forma que salieron.

No se que hacer.

-¡Hey!, estoy aquí. – Me tiembla la voz. No quiero desistir pero verla así es duro, aún sabiendo que lo puedo arreglar, pero también sabiendo que yo tengo gran parte de culpa… bueno, yo ya no puedo hacer nada, ya hice todo. Ahora depende de ella, de que me acepte. Soy parte de su pasado, sí. Pero debo ser parte de su futuro si quiere volver a ser la que era antes. Debe darse cuenta de ello, no puedo hacer nada más…¡qué impotencia siento!

¿Acaso no me reconoce? ¿Porqué? Solo la quiero ayudar. Además, yo no soy un extraño para ella. Yo soy…

Quizá…quizá sea el miedo. El que nos nubla y nos enfría. Y quizá si que pueda ayudarla a librarse de él.

La cojo de la mano. Me invade la pena que ella me transmite y no tengo fuerzas para rechazarla. Ya no. Acomete contra mi y no me resisto, me abruma. Tanta preocupación y tanto miedo…

Lloro. Y dejo que mis lágrimas ahoguen todo eso, eso que a ella la cegaba, despejándome y vaciándome de todo. Acabando con ello por fin.

Cuando siento que no puedo más, ella respira hondo, respirando la humedad de ese atardecer, y me mira apretándome la mano.

-Estas aquí.- Dice. Y por fin noto algo de alegría, o al menos alivio, en su voz. Por algo se empieza.

También hay miedo, pero es un temor valiente que se atreve a intentar cualquier cosa. Por fin sabe a lo que he venido. Y sabe que para ello me tiene que aceptar, reconocer.

Y reconocer errores nunca es fácil.

- Acéptame, - la digo.- entonces podrás aprender de mi, nunca más tropezarás con la misma piedra y si lo haces, seré tu apoyo y tu experiencia para que sepas y puedas levantarte.

Me sonríe. Ya se ha dado cuenta.

¿Acaso me reconoce? ¿Por fin? Sabe que la voy a ayudar, pues de mi lo mejor que se puede hacer es aprender. Sabe que yo no soy un extraño para ella. Yo, al fin y al cabo, soy suyo.

-Eres mi error. –Dice, y suelta una carcajada, suena tan raro.
Lloro, esta vez de alegría.

-Sí. – La respondo riendo.- Soy tu error. Todos y cada uno de ellos, literalmente.  Y te he dejado de perseguir para ayudarte a proseguir.



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