Las estrellas de Mirta

Capítulo 1: Mirta.

Y la niña miraba a las estrellas anhelando libertad, inconscientemente claro, pues nunca la había conocido.

Ella creía que había algo más aparte de lo que conocía , sabía que tenía que existir algo más, mas allá del largo pasillo.

Pero no sabía el que. Por eso miraba a las estrellas, con la esperanza de que la diesen alguna respuesta. Algo que no tenía desde aquella vez…

Todos dirían que son fantasías de niños, que no pasó y afirmaron que su gran imaginación jugó con ella más de lo normal. Pero claro, lo que todos ignoraban era que para Mirta, su imaginación, era su mundo y que sin ella se sentía como la vez que se perdió en el supermercado de una ciudad desconocida en la que, según la había dicho había estado una vez.

Imagina una pradera. Con una piedra en medio, una piedra muy grande. Pues donde tu “ves” una gran piedra, Mirta veía un mundo. Un mundo por explorar y descubrir. Ella veía algo precioso y entretenido, donde tu solo ves una hormiga, por ejemplo. A menos, claro, que tengas la misma imaginación que Mirta.

Capítulo 2: Las estrellas.

Sobre la cabeza de Mirta había una ventana.

No demasiado grande, pero lo suficiente para que Mirta pudiese huir de su habitación, en la cual se veía recluida desde hace ya más de dos años.
Pensaréis; pobre Mirta, vaya castigo tan grande la pusieron, pues no. O… claro, seguro que Mirta es una princesa en su torre… pero tampoco, las princesas no van a los supermercados.

Mirta estaba allí encerrada por haber seguido de cerca de su imaginación, pero ahora, allí, era con lo único que podía salir. Eso si, ya no la seguía demasiado pues ahora tenía un poco de miedo. Antes ni sabía lo que era el miedo, pero ese período había sido olvidado hace ya dos años. De hecho, demasiadas cosas habían sido olvidadas dos años atrás. Dos años no es mucho, pero para Mirta lo era todo.

Un nuevo comienzo decían… ¿nuevo? Preguntaba Mirta, ¿acaso había habido uno anterior? Pues no lo recordaba.

Las estrellas despertaban a la imaginación, esta a su vez despertaba a Mirta la gran mayoría de noches. Esas veces que Mirta abría los ojos y no veía a su madre, solo veía oscuridad, eran esas veces en las que Mirta miraba a las estrellas desde su cama, y con un pequeño asentimiento ascendía junto a ellas y era libre.

Como aquella vez…

Pero no siempre Mirta subía, en ocasiones la invadía el miedo, entonces era cuando las estrellas bajaban y con su luz Mirta olvidaba, como tantas otras cosas hace dos años, cuando una estrella brilló demasiado…

Pero eso no había vuelto a pasar, normalmente no había incidentes, Mirta lo pasaba bien y las estrellas eran felices, pues ¿cuántas ocasiones tiene una estrella de pasar el rato con una niña? Y más aún con una niña tan risueña y juguetona como Mirta, a la que ensañaban nuevos mundos.

Veréis, cada estrellas, por pequeña que pueda parecer, alberga un mundo, uno que Mirta veía sin esfuerzo alguno. Al menos eso me contó ella, (en una noche en la que ahogué el fulgor de las estrellas con en mío propio,) porque yo no tengo tanta imaginación.

Claro, pensaréis, como pasaba tanto tiempo sola, no me extraña que se imagine esas cosas, no tendrá amigos… Pues esta vez también os equivocáis. Mirta tenía amigos como cualquiera.


Bueno, por lo menos antes era así, ahora… ahora era un pelín diferente. Pero eso Mirta lo ignoraba, solo conocía la situación del momento.


Capítulo 3: La noche que la luna se zampó las estrellas.

Antes de todo, aclarar que no me comí las estrellas literalmente, pero Mirta así lo expresó.

Ese día había sido raro desde el principio, el sol no se fue hasta que me enfadé con él. Normalmente le tenía que avisar de que ya era la hora, a veces alzaba un poco la voz para que hiciera el cambio de turno.

Pero ese día me enfadé de verdad, ese día de verano, ese día a mediados de junio.

Recuerdo que últimamente tardaba más en irse, y me empecé a mosquear pues yo estaba menos tiempo en lo alto. Sol siempre me echaba en cara su constante forma, tan redondita siempre. Me decía que yo no hacía más que cambiar, y que a las personas no las gusta eso… y yo, pues, la acabé creyendo… Estaba triste, me sentía sola pues nadie era como yo, nadie me comprendía, y lo peor: nadie me quería escuchar.

Entonces pensando eso empecé a inflarme más de lo normal (o los días que estoy redonda), cosa que medió mucha vergüenza y me puse colorada. Odiaba que me pasara esto, y me puse a llorar.

Cuando me quise dar cuenta ya estaba en lo alto y Sol me había vuelto a dejar sola en medio de la noche. En ese momento, cuando estaba tan redonda y rosada; en ese momento la vi.

Era un gran pájaro blanco, que ascendía en la noche, resplandeciente.

Paré de llorar. Si soy algo aparte de vergonzosa, es cotilla. Me picaba la curiosidad sobre la naturaleza de ese ave blanca,, pero no tuve que hacer nada para averiguarlo pues él mismo se acercó a mi con cara de estar buscando algo. ¿A mi? Pronto descubrí que no.

¿Dónde están las estrellas? Dijo el pájaro, que resultó ser un espécimen hablador.

En ese instante fue cuando me percaté de su ausencia y de que esta noche, estaba sola de verdad.

No había respondido a mi visitante cuando por la causa dicha estallé en llanto, de nuevo. La cara del pájaro (que por cierto era muy rara para serlo) cambió al verme así:

¡No te preocupes!-Me dijo intentando consolar.-¡Yo no te echo la culpa aunque estés tan regordeta!- Y soltó una risa nerviosa.

Callé, la miré, y ante mi expresión el ave se adelantó a explicar:

¡Al principio pensé que te habías comido las estrellas, pero tan agujereada como estás, si hubiese sido así, lucirías como una bola de discoteca!- Y volvió a reir.


Capítulo 4: Los amigos de Mirta.

Ese pájaro me estaba empezando a caer bien.

El pajarito me acaba de aclarar que es una niña, y según creo eso no es ninguna especie de ave. También me ha dicho que se llama Mirta, quizá sea alguna subespecie, pero  Mirta y yo nos estamos haciendo amigas.

Ella también estaba sola, y ahora ninguna nos sentimos así, creo que nos seguiremos llevando bien mientras se siga riendo de esa forma. Me hace sentir bien.

Parece ser que Mirta ya había tenido antes otros amigos, pero al no poder salir a jugar, según me cuenta, ya no los tiene. Al menos eso la dijo Elisa, su supuesta amiga de toda la vida. Aunque Mirta, como no, no sabía de que vida había sido pues solo recordaba a Elisa en su única visita a su  pequeña cárcel hace más de un año ya.

En esto estábamos cuando un resplandor nos recordó el paso imperturbable del tiempo y Mirta tuvo que bajar por donde había venido, al igual que yo.

Mucho más tarde de este acontecimiento pude oír hablar de las antiguas amigas de Mirta. 

Mi nueva amiga era muy simpática, risueña, alegre e imaginativa (ya hemos hablado de eso...) por lo que nunca la había resultado difícil hacer amigos, ahora ya pocas oportunidades tenía de conocer a otros niños.

Resultó que la mejor amiga de Mirta si que había sigo Elisa, a la que conocía desde la guardería y nunca la había fallado. También estaban Julia y Pedro, dos gemelos de lo más simpáticos que  había compartidos muchos momentos junto a Mirta.

No era nada difícil ser amiga suya, nunca te ibas a aburrir. Un día nos invadían los OVNIs y otro viajábamos a la prehistoria... con Mirta todo era divertido y podías explorar un sinfín de mundos hasta la hora de la cena.


Capítulo 5: El desván.

Cada uno de nosotros tenemos un lugar al que podríamos llamar "especial". En el que nos sentimos seguros y solemos ir cuando nos invade las tristeza. También hay gente que se acomoda en ese espacio para buscar inspiración  y pensar, o al  contrario para no pensar en nada. Desde aislarse hasta encontrarse. En ese lugar es donde realmente te sientes "como en casa."

Para la mayoría de personas ese rincón esta dentro de su hogar: su habitación, un sillón, una esquina del jardín o una terraza...Y si no dentro, fuera. Para una minoría su lugar es una determinada calle,  un parque, un café... estos últimos habrán elegido el lugar más conscientemente. Quizá les traiga recuerdos de algo extraordinario, quizá iban por la rutina de antaño y llegan a sentirse realmente cómodos en dicho lugar, quizá.

Sea como fuese, hoy, Mirta me había hecho pasar una noche divertida a la par que interesante. Aunque ahora pocas cosas podía hacer, me había explicado su rutina en la pequeña habitación de hospital donde era incapaz de encontrar su hogar, por mucho que la rodeara su familia.

Lo que solía hacer cada día empezaba por despertar a la llegada del desayuno, luego acompañaba a Clara, una profe que junto con Julia, Pedro y otros niños que allí vivían les hacía las veces de maestra. Transcurrida la mañana tocaba la comida y la visita tanto de sus abuelos como, excepcionalmente, de Elisa que últimamente iba más a menudo pues, según ella misma decía: "mi mamá que ya vas mejorando y no corres peligro".

A este comentario Mirta sonreía asintiendo pero en realidad no tenía ni idea que significaba "fuera de peligro" y  a que se refería con "mejorar". ¡Ella se encontraba perfectamente! y disfrutaba de las visitas de su amiga por cortas que fuesen.

Luego solía cenar lo que le traía la misma enfermera seria y de blanco que le había traido la comida anterior y finalmente se iba a dormir y a visitarme, en lo más alto del cielo.

La novedad era que por "receta médica" su madre la había estado contando cosas, enseñándola fotos...de su antiguo hogar. Mirta no lo recordaba pues hacía más de dos años que no pasaba por allí. 

Tras dos semanas con este tratamiento se abrió una minúscula ventana. Recordaba vagamente su hogar. Más bien un lugar concreto del que antes hablábamos. Ese: su lugar especial. Ese, era el desván.
Muchos al leer esa palabra imaginaremos la típica habitación oscura, polvorienta y olvidada en el último piso. Llena de cajas y trastos viejos. Pero el desván de Mirta contaba con la ventaja de no estar lleno. De ser así no hubiese podido pasar allí tanto tiempo. Cajas si que había claro, pero apiladas en dos montones a los laterales de la amplia y luminosa sala. Y hay que añadir que para Mirta no existían las cajas viejas y los trastos sucios, solo había baúles de tesoro y enigmas por descifrar.

Mirta pasaba allí las horas muertas y  se sentía mejor que en cualquier otro lugar. Subía allí a menudo y no  precisamente para buscar inspiración para sus aventuras.

Sinceramente pienso que, conociendo a Mirta, la inspiración la buscaba a ella para reencontrarse.


Capítulo 6: El cumpleaños.

Había allí, en el desván, un viejo mueble desmontado. Cuyos cajones de roble habían creado para Mirta los escenarios idílicos en cada una de sus aventuras.

Cuando todavía era una enana, Mirta se dormía en ellos con su peluche preferido y compañero de aventuras. En los días más fríos su capa de superhéroe hacía la labor de manta. 


Pronto creció y ya no cabía, por mucho que se acurrucase en la caja, pero todo superhéroe necesita un buen vehículo y Mirta se fabricó el suyo. Otros días en los que no salvaba al mundo ni luchaba contra su archienemigo,  los tres cajones hacían la labor de podio, de coche, escalera... o cualquier cosa que a Mirta se le pase por la cabeza.

El día a día de Mirta cuando aún no dormía entre paredes blancas de hospital era una aventura. Mirta era considerada una persona feliz, y aún así no todo era alegría.

Había, no una, sino muchas veces en las que se sentía triste. Días que debiera resaltar la felicidad pero lo único que resaltaba era su ausencia. Días, que según se acercan, traen ilusión y deseos de que los disfrutes.

Mirta cumplía años.

Seguramente ya habréis pensado que se sentía desdichada por no recibir lo que esperaba. Aquel juguete, aquellos zapatos o ese nuevo libro que hubiesen sido buenos regalos. 

En parte tenéis razón, no la habían regalado lo que quería. Pero si pensáis que dichos presentes eran la causa del sentimiento de Mirta es que no la conocéis aún. Os equivocáis.

A su temprana edad Mirta pensaba ya en muchas cosas que el resto del mundo no se llega a percatar hasta alcanzar una edad considerable o, en algunos casos, nunca. Cuando la preguntaban que quería de regalo se ponía a pensar, pues tiempo atrás había dejado de pedir los típicos caprichos que solo se disfrutan los primeros días.

Si Mirta pedía algo era porque de verdad lo quería o realmente lo necesitaba. Si esta niña recibía un presente da por seguro que lo llevaba ansiando por un largo tiempo. Pues algo que ciertamente quieres lo esperas con paciencia el tiempo que haga falta.

Y así, tras un periodo siguiendo esta filosofía, Mirta llegó a la conclusión de qué la hacía desgraciada estos días.

Como regalo pedía lo que más quería, pero se percató de que no era nada material, nada que se pudiese comprar. Ella deseaba ante todo, los recuerdos perdidos (eso lo se yo aunque ella lo desconozca), y más conscientemente deseaba a su peluche, el cual perdió el día que se extraviaron sus memorias. Pero no lo quería como juguete, si no como su compañero en todas las locuras vividas en el desván. Mejor amigo que Elisa, había estado ahí sin miedo de viajar a un nuevo mundo o sin cansarse de escuchar tanto las locuras como las tristezas de la niña. Ahora, el día de su cumpleaños, no estaría presente. 

Otra de las cosas que Mirta se dio cuanta que necesitaba salir de allí. Libertad. Porque aunque todas las noches subiese a través de su ventana a visitarme y descubriésemos un par de estrellas más o pensásemos alguna travesura  cambiando cualquier constelación, ella sabía de buena tinta que su mundo era el que se extendía bajo la noche y que también debía explorarlo. Algo la decía que fuera del hospital encontraría lo que la faltaba, pues ahí fuera lo había perdido.

Pero esa libertad no se vendía ni en cajas ni en frascos. Y no se podía comparar con ningún regalo por muy bonito que fuese el envoltorio (aunque Mirta, por ser, era también agradecida, por lo que no hubo ningún desprecio ante lo que recibió).

Amaneció su día con esos pensamientos y sopló las velas deseando conseguir ambas cosas.

Esa noche, a su visita, estando yo de nuevo redonda y amarilla como un queso, pude darla antes de las 12 un pequeño regalo. Lo máximo que la Luna puede entregar. A cambio de su amistad la prometí que sus deseos se cumplieran, que en un futuro ella o alguien haría algo para que sucediesen. 

Por que la gente pide deseos a las estrellas fugaces sin saber, al no conocerme, que es la Luna la que los concede.


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